Canibalismo: ¿Aberración o estrategia de supervivencia?

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El canibalismo es una de las conductas humanas más enigmáticas.

Una compleja mezcla de instintos primarios y significados simbólicos, en pugna con los nacientes sentimientos de culpa, habrían determinado las diversas modalidades en que los humanos han practicado la antropofagia, su evolución a lo largo del tiempo y el protagonismo que ha tenido en las diferentes culturas.

Viajar al pasado de nuestra especie es también viajar hacia lo más profundo y oscuro de nuestra mente. Aunque nos asuste, tenemos que emprender ese viaje. Sólo si reconocemos los impulsos que motivaron a nuestros antepasados a comportarse como lo hicieron, podremos llegar a entender nuestros propios impulsos.

Últimamente se han producido hallazgos sobre cuestiones cruciales. Ya conocíamos, gracias a los huesos humanos con marcas de desollamiento de Atapuerca, que el canibalismo es una conducta muy antigua, que practicaron los homínidos hace al menos 800.000 años. Nuevos descubrimientos revelan que este comportamiento no fue esporádico, sino que estuvo bastante extendido en el Homo antecessor.

Consumían preferentemente niños y niñas, al parecer procedentes de otros grupos. Esta preferencia tendría, según los expertos, motivos más culturales que gastronomicos. Podría tener un cierto significado ritual (aunque la capacidad simbólica de estos homínidos sería muy reducida), podría deberse solamente a que los niños son las presas más fáciles de una cacería o quizá los adultos simplemente aprovechaban los recursos energéticos de los niños que morían por causas naturales (en esa época la mortalidad infantil sería muy elevada).

Recientemente, se está abordando también el problema de cuán arraigada ha estado esta costumbre en la humanidad en su conjunto. Un estudio de la Universidad Pompeu Fabra muestra que el gen humano de la proteína priónica, agente infeccioso que causa enfermedades neurodegenerativas del tipo del mal de las vacas locas y que se transmite cuando un animal come carne de un miembro de su especie, no muestra modificaciones para resistir la infección.

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Cabría esperar que si el canibalismo hubiera sido una práctica muy extendida en nuestra historia, los individuos portadores de genes mutados para resistir la infección tendrían más altas tasas de supervivencia y esos genes estarían bien representados en las poblaciones actuales. La inexistencia de estas mutaciones sugiere que el canibalismo habría sido un fenómeno puntual en determinados grupos humanos (aunque un estudio anterior del Colegio Universitario de Londres concluía que nuestro genoma está bien adaptado para el canibalismo).

Las regiones de la Tierra donde el canibalismo ha sido una práctica relativamente común (e, incluso, como veremos, multitudinaria) han sido África tropical, sudeste de Asia, Oceanía y América. Seguramente en otras regiones también se realizó esta práctica (se dice que Atila, el rey de los hunos, fue un voraz antropófago), pero se abandonó antes.

La modalidad de canibalismo predominante en la mayoría de las tribus primitivas fue el sacrificio ritual de enemigos capturados en combate. Los integrantes de estas tribus justificaban el consumo de determinadas partes de los enemigos como un medio de adquirir su valor o su potencia física. La conducta de otros pueblos indios, como los iroqueses y hurones de Norteamérica y los tupinambá de Brasil, parece tener en cambio una finalidad aleccionadora para los jóvenes guerreros y de acobardamiento para los enemigos.

Los guerreros capturados eran humillados, salvajemente torturados y asesinados y sus distintas partes eran repartidas entre los miembros de la tribu para ser consumidas. Un joven guerrero nunca se rendiría porque sabía lo que los enemigos harían con él si lo capturaban. Los enemigos se sentirían también impresionados cuando encontraran los restos devorados de los miembros de su tribu. En un mundo despiadado, no cabría otra opción que ser despiadado para sobrevivir.

En Australia y otras regiones, era también el puro instinto de supervivencia el que conducía al canibalismo. Tras periodos de sequías y grandes hambrunas, las madres comían a veces a sus hijos recién nacidos y repartían sus partes entre sus hijos supervivientes. Algo muy distinto de lo que llegó a ocurrir en los grandes imperios de América Central y del Sur (mayas, aztecas e incas). En estos casos, civilizaciones avanzadas, aunque en decadencia, institucionalizaron el canibalismo y lo ejecutaron a escalas monstruosas. Aunque algunos autores sostienen que fue un mecanismo para luchar contra la sobrepoblación y balancear la alimentación con una fuente rica en proteínas, fuertes indicios apuntan a que fue una estrategia de las clases gobernantes (que consumían las partes más apetecibles) para conservar su poder, destruyendo a sus enemigos y contentando a las clases populares con su carne.

Las crónicas de los conquistadores españoles, que podrían haber estado distorsionadas (ya sabemos que la historia la escriben siempre los vencedores), han sido confirmadas por los estudios modernos de arqueólogos mexicanos, aunque éstos sugieren que la magnitud de las matanzas quizá no fue tan elevada. Los sacrificios “rituales”, llevados a cabo por sacerdotes en la cumbre de las grandes pirámides y en miles de pequeños altares repartidos por todo el imperio azteca, en los que a la víctima viva se le abría el pecho y se arrancaba con las manos su corazón palpitante, eran en realidad acciones similares a las del matarife de ganado. El cuerpo que caía rodando era recogido por funcionarios que lo despedazaban y distribuían la carne a las distintas clases sociales. Los recuentos de los cronistas en base a las inmensas pilas de cráneos amontonados sugerían que al menos cientos de miles de personas, en su mayoría esclavos y prisioneros de guerra, fueron sacrificadas.

Estos casos deben servirnos de advertencia: vivir en una sociedad refinada, culta, rica y civilizada, no es garantía de que no podamos llegar a cometer las peores atrocidades. Algunos ejemplos históricos, entre otros muchos, son los espectáculos sangrientos de la Roma imperial, o el holocausto cometido por los nazis. En una sociedad que se asoma a los límites del crecimiento económico y que puede estar relativamente cerca de sufrir un colapso por causas ambientales, debemos estar alerta y cultivar los valores que nos han hecho verdaderamente humanos: la solidaridad, la tolerancia y la compasión por el sufrimiento de los demás.

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